lunes, 28 de junio de 2010

Elucubraciones de un ateo que ya se va a morir

El ateo puede creer o no creer en lo que quiera pero eventualmente morirá.
Un buen ateo no debe tener ojeras pues sus preocupaciones son sólo terrenales o mejor dicho, debe tener unas ojeras enormes pues aspectos tan banales como deudas, riesgos e inseguridad con los que lo acompañan cada noche antes de morir, igual que al creyente pero el ateo comete el error de escucharlos demasiado.
Un buen ateo se puede dar el lujo de no importarle en absoluto el momento de su muerte, qué más da morir aplastado por un poste de luz, arrollado por un tráiler, ahogado dentro de un avión enorme, de un paro cardiaco, de una congestión alcohólica o en cama tranquilo después de decir sus oraciones (ups lo siento), o en cama tranquilo apenas iniciando su sueño. Da lo mismo pues el ateo no necesita confesarse antes de terminar con lo que considera toda su existencia. Es por esto que no importa donde esté ahorita, entre la basura bajo un puente o en la cabina extremadamente presurizada de un jet o conduciendo su automóvil por una avenida transitadísima a las 4:00 pm.
No importan las circunstancias; la muerte, ese suceso natural y rígido tan definitivo como la gravedad sucederá operando en su cuerpo, algo tan simple como la hoja que cae del árbol en otoño.
El ateo también hace un recuento en un período infinitesimal de su vida, recuerda tantas cosas divertidas y alegres y otras no tanto; indudablemente una carga enorme de melancolía caerá sobre sus ojos con un peso tan grande que los exprimirá hasta obtener jugo de tristeza, salado e incoloro.
El ateo no podrá creer que todo acaba así, que hace apenas unos instantes nació, creció, no se reprodució y murió. Sin embargo se obligará a creerlo pues estaría decepcionando a su orgullo humanista así que se dirá a sí mismo “Sí, aquí se acaba todo”.
Toda la vida se enorgulleció de no tener que preocuparse sobre lo que sigue a esta vida, para él no existía esperanza de redención eterna ni castigo infernal por siempre, la vida se trataba de un chispazo casual que por el Dios inexistente del azar le permitía a él tener conciencia y pues había que aprovecharla y disfrutar lo que se pudiera. Nunca sintió que tenía que rendir cuentas ante nadie, nunca creyó que alguien lo estuviera observando siempre. Que alguien lo quisiera siempre.
Todo esto había sido una realidad para él entonces ¿porqué la presión rara en el pecho y las sienes que le tensa toda la cara?
El ateo puede creer o no creer en lo que quiera pero eventualmente morirá y es entonces cuando creeré en todo aquello que siempre me dio miedo creer.

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