martes, 23 de noviembre de 2010

Devaluada

Mediante este comunicado solicito la mayor de las atenciones a todos aquellos inversionistas, analistas financieros y todos aquellos interesados en el verdadero valor de las cosas. Aunque carezco de un grado de expertise sobresaliente en estos asuntos y mi preparación pueda ser facilmente rebasado por algunos considero importante expresar y compartir mis ideas. 
Desconozco la forma pero hace apenas unos instantes tuve una revelación relevante; me he percatado que en los albores de este nuevo y muy joven aún siglo XXI dela humanidad después de Cristo la sociedad enfrenta un sinnúmero de crisis que amenazan la supervivencia de la misma. Y creo que he encontrado un fenómeno que puede ayudarnos a explicar este fenómeno.
Me he dado cuenta que actualmente vivimos todos siempre bajo una densa atmósfera de premura y pesadumbre, donde indefectiblemente todo es muy caro; y esto obedece a uno de los postulados básicos de la economía: mientras menos haya de algo ese algo incrementará su valor proporcionalmente a su escasez.
Y es por esto que dado que cada vez nos van quedando menos hermosos pero escasos recursos naturales la calidad de vida nos esta costando literalmente no sólo un ojo de la cara sino a veces hasta más partes del cuerpo o todo en su totalidad; aunado a esta situación medioambiental las incertidumbres macroeconómicas permanecen latentes y son causantes de insomnio de varios funcionarios en todo el mundo, dentro de los costos mayores de las economías potentes la partida destinada a seguridad parece no saciarse nunca pues los resultados se menoscaban a cada rato; en fin, todo esto para tipificar que todo es más y más caros porque nos va quedando cada vez menos planeta, menos estabilidad y menos seguridad. Sin embargo no todo obedece a este comportamiento general, hay un bien preciado cuyo valor increíblemente va en picada de manera alarmante y hasta estrepitosa, me refiero entonces a la vida humana.
Considero una verdad apremiante que la vida humana cada vez tiene menos valor para nosotros y nuestro inconciente colectivo; antes de que a la mente del lector salten argumentos encontra permítame esgrimir algunos puntos.
Hoy que todos somos partícipes de una sociedad con acceso cuasi ilimitado a la información poseemos de una escrutinio con mayor amplitud de los sucesos mundiales nos enteramos de todas las tragedias que aquejan a nuestro planeta y me parece difícil recordar un día en el que haya estado expuesto a los medios y no haya escuchado hablar de muertes humanas.
Un ejemplo de esperarse es también el clima de violencia extrema que se vive en muchos lugares, a guisa de ilustración me referiré a la situación que atraviesa mi nación donde cada día en forma de cifras los medios nos informan de las vidas humanas que han sido segadas por la hoz inmunda de la violencia (más de 30 mil caídos por la guerra contra el narcotráfico), vicios ingenuos (17mil jóvenes mueren cada año por abuso en el consumo del alcohol) y desastres naturales (37 por un deslave se supone que 20 por una inundación). Se nos informa todos los días de vidas o más bien dicho "propósitos humanos de trascendencia" que fueron truncadas.
El problema desde luego no es la información, el problema es que en cierta forma el valor intrínseco que tenía la vida humana se ha ido desvaneciendo y no somos sensibles a su valor, ya no más.
Otra situación es el aborto, en los Estados Unidos cada años se realizan 1 millón 600 mil de ellos, y poco se repara en este genocidio legal pues como estas vidas no se les permite desarrollarse no hay aparentemente ninguna consecuencia para nadie, me atrevo a decir que nadie llora por esas vidas.
Y es que, aquella caracerística 100 por ciento humana, que en un futuro pueda ser lo único que nos distinga de las máquinas, como bien lo anticipó Phillip K. Dick, no la hemos practicado como debiéramos: me refiero a desde luego la empatía. Esa capacidad de poder sentir dolor sin ser nosotros los que perdimos a un ser querido, o de poder llorar por el dolor de un desconocido. Basta para esto navegar un poco entre las redes sociales donde los jóvenes pululan y dominan y ver comentarios soeces e irrisorios sugiriendo la muerte de tal personaje público o alegrándose por la muerte de alguien como sucedió con el hijo de la cantante británica Lilly Allen, la vida al parecer no vale mucho. Viendo también las películas que se estrenan anualmente, algunas usan la pérdida de vidas humanas como motor narrativo y presentan casi como héroes personas carentes de sentimientos nobles que se deleitan eliminando existencias.
Pero no quiero extrapolar la situación, tal devaluación la experimentamos todos, pensemos por ahora por ejemplo en aquel indigente que el lector vio la semana pasada, si le informara con toda certeza de que aquella persona murió aller víctima de una infección dérmica horrible que le trajo una muerte lenta y dolorosa le afectaría para realizar sus actividades diarias? A mí en lo particular lamentablemente no, y lo digo con suma vergüenza. Argumentos hay muchos, y no dudamos en erigirnos como jueces y ya sea con el indigente, el anciano que fue daño colateral o el indígene que pereción en el deslave emitimos juicios como "un estorbo menos a la sociedad", "seguro estaba en malos pasos", "tiene la culpa por irse a vivir ahí" y sin embargo la llana realidad es que esas personas murieron y junto con ellas la humanidad perdió un poco de su esperanza.
Se dice coloquialmente que la vida coloquial es lo más sagrado, pero si fuera así la muerte sería lo más abominable y nos horrorizaríamos ante ella, cosa que no percibo que ocurra en la práctica.
Debería cerrar este ensayo con un propuesta para el inversionista que busca asegurar su patrimonio depositando su confianza y capital en bienes que aumentaran su valor, así que el único consejo que puedo darle amigo inversionista es que hasta que nosotros como humanidad no hagamos algo por revertir esta horrenda devaluación se abstenga de apostarle a nuestras vidas.

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