sábado, 15 de septiembre de 2012

El sueño de Satoko (alejándotealejo)


Satoko creyó escuchar su nombre fatalmente pronunciado. La bella y morena Satoko envuelta en una felpuda y larga cortina arrancada de una casa habitación vacía hace 5 kilómetros creyó percibir en sus frágiles y tiernos oídos cada una de las letras que conforman su nombre. Estaba casi segura de que sobre las gélidas ondas blancas invernales viajó moribundo su nombre ilustre. Pero con ese terrible dolor de cabeza causado por su prolongado insomnio no pudo discernir si en verdad fueron reales aquellos sonidos. Hubiera sido más fácil haberlos visto.
Pobre Satoko, por intentar dormitar un poco se alejó del grupo de viajeros que se dirigían hacia el sur y quedó sola en el camino hacia Nara. En verdad era difícil ser Satoko en ese momento, desde hace poco más de dos días se ha visto envuelta en un peregrinaje apocalíptico hacia alguna clase de esperanza difusa. No podía dormir pues tenía que viajar tanto de día como de noche porque así lo había dispuesto el grupo de sobrevivientes a los que se alió en Kyoto.
Pero entre pasos y pasos uniformes, constantes, aburridos y desgastantes su consciencia entraba en modo automático y su irracionalidad afloraba. Desde hace casi tres días una parte de su mente trata neciamente de concluir el sueño que inició. Sueño dudoso y confuso que consistía más en destellos fónicos que epifanías visuales como la mayoría de los sueños, cuando el cerebro de Satoko se escapaba de su cráneo para tomar aire fresco sufría una deliciosa sinestesia armónica, sinfónica y colorida.
Creía ver el aire y distinguir los diferentes colores de los sonidos que por lo regular sólo escuchamos pero no vemos. Cuando usaba esta visión metafísica, el cielo diurno aparentemente blanco por las nubes apelmazadas allá arriba que reflejaban la palidez total de la nevada extrema que cubría más de medio Japón se veía completamente oscuro, como si mirara el negativo de las cosas.
Pero no sólo era ese el cambio extraño que percibía la blanquísima Satoko, como ya se mencionó veía las ondas del aire, podía observar con esos finísimos y delicados ojos suyos que el aire que sentimos está en realidad conformado por ondas vectoriales de trayectoria espiraloide, que el viento en realidad está formado de multitud de hebras que se enredan y se encuentran y chocan contra las cosas. Las había de diferentes tonalidades pero la mayoría era de una tonalidad rosada purpúrea extremadamente brillante y hermosa que en contraste con el cielo y suelo oscuros generaban una contradicción cromática elegantísima. Ella veía el viento.
Pero no sólo eso sino que a lo largo de estos días había aprendido a diferenciar los diversos tipos de vientos según la saturación de color de las ondas. Satoko había identificado por ejemplo al viento débil, que es aquel que es muy pálido, casi gris cuya capacidad no pasa de hacer temblar unas cuantas hojas, al viento invernal que se alimentaba del calor de las personas y cuyas hebras eran más gruesas y de tonos violentamente violáceos, el viento dragón que era el más grueso de todos, de un púrpura muy intenso y era el que volteaba casas y movía escombros según su caótica voluntad, y por último estaba el por ella llamado viento divino, fue el último que  pudo identificar y nombrar según sus designios. Así era Satoko que tomaba como natural el derecho de bautizar a los vientos.
El viento divino (llamado así en remembranza de aquel cómic tan famoso del lustro pasado sobre aquellos antiguos samuráis locos e insurrectos)  de principio podía confundirse fácilmente con el viento débil pues su color es muy pálido y grisáceo pero al observarlo fijamente se puede apreciar cómo conforme avanza sobre el espacio se va engrosando y su color se va tornando plateado brillante, pero a pesar de  que puede llegar a ser casi tan grueso como el viento dragón este viento tiene la particularidad de no poder mover ni siquiera un ápice a la más débil y pequeña de las hojas pues este viento transporta sonidos, sonidos visibles en forma de palabras que se dibujaban sobre las ondas plateadas conforme éstas se van desenvolviendo, era importantísimo tener la vista fija sobre estas ondas pues conforme se mantenía la vista fija éstas iba engrosándose, tiñéndose del glorioso plateado de las katanas de antaño, apareciéndose sobre ellas líneas, líneas que formaban ideogramas, ideogramas que se unían para armar palabras, y así montando múltiples ondas, las palabras cabalgaban hasta que como caballos desbocados se apelmazaban sobre un punto de fuga distante en el horizonte y formaban frases, y si se les seguía observando con vista inmóvil parecía que las frases dibujaban siluetas pero la más leve de las distracciones era suficiente para interrumpir el místico concierto y destruir todo para volver a ver cielos grises y suelos nevados. 
Satoko intentaba vivir entre la desdicha de seguir huyendo hacia el sur para alcanzar la supervivencia o el inexplicable deleite de ver palabras cabalgando como caballos desbocados sobre el viento divino.
Cuando caminaba semiconsciente, intentaba que una parte de su cerebro dirigiera sus pasos y que la otra parte tratara de recordar las palabras y frases que creía haber visto:
Pero es que yo nunca __ _____ herir\Yo siempre _____ protegerte\Ahora _____ distante, _____ lejos, yo ____ y tú allá\Veo ___ me alejas, veo que te _____ y lloro\Hablas, __________ y pruebas ___ ___ te fallé\Y te vas _____\ Muy lejos\ ______ de mí\Yo soy como __\Sufro de la_____ ______ que tú\Lloro _____ ___ tú\Pero esta ___ ____ la última ___\Moriré ___ ti ___ última vez\ Y será ____ tuya__ última _______
La última vez que pudo aguantar con la fija vista hasta que ambos ojos se le llenaron de lágrimas por el esfuerzo visual creyó distinguir que todas estas frases entrecortadas formaban a pedazos la silueta de un joven varón vestido a la usanza del siglo antepasado. Por supuesto que ese joven era Kiyoaki.
Kiyoaki, ese joven imperfecto que seguramente Satoko conocería mejor que nadie, ese chico que la última vez le gritó en un arranque de celos enfermizos, ese chico que la había dejado plantada en el retroteatro no una sino dos veces, ese tipo del que se avergonzaba ante sus amigos por la extravagante manía de usar kimono como hace casi doscientos años, ese mismo al que le propinaba el castigo extremo dirigiéndose hacia Nara en vez de Osaka cuando las distancias hacia las dos ciudades eran casi iguales y cuando le había pedido, rogado, explícitamente que se dirigiera a Osaka. Ese muchacho dueño de su corazón aun cuando  se engañaba a sí misma diciéndose que jugaba con él porque se lo merecía. ¿Por qué era así? Sí, es cierto, Kiyo era estrafalario, impulsivo y hasta quizá anticuado, pero ella acaso no era poseedora de una no menos extensa lista de vicios que en conjunto  con sus múltiples y bellas virtudes conformaban la perfección a los ojos de Kiyoaki?
Ella sabía que un sentimiento tan profundo y devoto como el de Kiyoaki no lo encontraría jamás en ningún otro talento, no lo encontraría porque “no existe afecto tal para mí” engañábase Satoko. Ella sabía que aun estando en Nara él avanzaría los 33 kilómetros sólo por verla, incluso ella sabe que él sólo se conformaría con verla, ella sabe que podría perder la vida sólo por verla, vivir en estos tiempos era un lujo cada vez menos frecuente y sabía que Kiyoaki no dudaría en intercambiarlo por un lujo mayor como consideraba la belleza de su mirada. Ella sabía que probablemente Kiyo sería el único ser viviente que se interesaría tanto por hallarla. Satoko lo sabía todo.
De repente se cansó de saber tanto, de usar tanto ese lado del cerebro casi hasta el punto del desgaste y advirtiendo un viejo y hermoso ciruelo seco se postró sobre su incólume tronco y en pocos parpadeos entró en esa visión alternativa de cielos negros y ondas púrpuras. Desde el extremo opuesto al horizonte se escuchó un choque de espadas y Satoko al voltear pudo ver cómo al blandirse partieron el viento haciéndolo sangrar destellos violáceos, que atravesaron temerosos todo el cielo oscuro. Pudo ver nítidamente los sonidos agudos qué producían. Detrás de éstos cabalgaban hebras de viento divino, volaban hacia el este, provenían de las faldas del monte Ikoma y Satoko veía también a lo lejos, al pie del gran guardián Ikoma, una silueta, una silueta  que se parecía a ella, era como su reflejo, se veía más joven y con los cabellos de oro "me cambiaré el cabello para cuando me vea" dijo para sí Satoko la bella. Y atravesando su silueta, con dirección al horizonte veía las palabras cabalgar el viento: perdón, amor, reconciliación, llenura, superar,  perdonar, empezar, soñar, obviar, aceptar, comenzar… los verbos brillaban tanto que lastimaban su vista, y así las palabras que provenían del oeste pasaban frente a sus ojos y ella las seguía emocionada con rumbo al horizonte. ¿Pero acaso Satoko no sabía que perseguía sólo una ilusión alejándose cada vez más de la fuente primigenia, real y original? Sí, como lo dijimos Satoko era la reina en ese entonces, lo sabía todo, pero se decía a sí misma que estaba soñando.
Y debajo del ciruelo disecado, sobre la fastuosa alfombra blanca yace la princesa núbil y graciosa como ninguna que es Satoko.
Y Satoko sueña que sueña aunque por ahora sólo duerme y se aleja, está casi por perderse cuando reacciona y voltea hacia el oeste y lo ve, ve como Kiyoaki, su Kiyoaki, valiente y gallardo salta sobre las hebras de viento divino para avanzar más rápido, ve cómo va avanzando rebanando enemigos a su paso con su brillante espada de luz,  llegando hacia ella que se ve casi transparente. Y Satoko piensa “Creo que esta será mi última sonrisa. Te mentí y me mentí a mí misma. ¿Quién me creí? ¿Cómo fue que me creí capaz de hacer el sacrificio de soportar mis propias mentiras? Le mentí, te mentí y me mentí. ¿Por qué lo hice así?” Pero al ver a Kiyoaki tan cerca todo lo olvida y al escucharlo pronunciar su nombre su corazón se inflama, Satoko ve y escucha su propio nombre y se da cuenta por primera vez de lo  hermosa que es y quiere pintar con su voz el nombre de Kiyoaki, quiere pronunciarlo como nunca nadie lo ha pronunciado en agradecimiento, quiere que su valiente nombre cabalgue sobre el viento divino pero al despegar sus hermosos labios sólo el silencio de la nada sale de ellos.

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