viernes, 8 de agosto de 2008

El Regreso del Escritor


El hombre que se escribe a si mismo. Ese no existe.
Sin embargo sí existe el que escribe la poesía que no puede vivir y el que vive la narrativa que le da flojera escribir. Y en el intersticio que separa a estos dos personajes está el que escribe y vive a veces. Dependiendo de su tiempo disponible, de su estado de ánimo, condición espritual o dinero en su bolsillo. Al parecer este hombre se está pareciendo a mí.
A veces escribo, a veces no. A veces intento, a veces desvarío. Pero leo y sigo leyendo. Leyendo, siempre leyendo. Gerundio que debería leerse: escribiendo, siempre escribiendo. Sin embargo el que no lee no debe escribir y el que no escribe pero lee merece un reconocimiento parcial.
Y es que escritor no es sólo el que escribe sino el que siente y cree que lo es. Aunque lo único que haya escrito hasta el momento sean dos recetas de cocina, un recado falso para su mamá y el correo electrónico de una persona especial. Si lo que él en la vida desea fervorosamente es morir como escritor, tarde que temprano lo logrará o morirá en el intento.
Ahora que escribir es una cosa y ser leído es otra lejanamente diferente. Estoy plenamente convencido de que ha habido autores eximios cuyos escritos son poseedores de una lucidez y una excelencia tal que influirían en miles de vidas por cientos de años pero que jamás lo hicieron porque sencillamente nunca vieron la luz pública. Se quedaron ocultos en libretas, diarios con candados de latón hechos en china, servilletas...qué se yo! Ocultos entre apuntes escolares, agendas, piel humana...qué se yo!
Sin embargo hubo algunos que contaron con la suerte, providencia divina o astucia mercadológica para poder publicar sus ideas. Son sus nombres con apellidos que podemos leer en esos lugares llamados librerías y en esos almecenes vetustos y polvosos llamados bibliotecas.
Es por eso que este oficio es tan especial, tan lindo y tan seductor; y es por eso también que uno no lo escoge a él ni él a uno sino que se dan una serie de vicisitudes ajenas a la vida cotidiana para que un mortal se transmute en un ser también mortal pero que eterniza sus ideas en forma de letras.
Vicisitudes tales como una existencia miserable, una sórdida niñez, series de eventos desafortunados, adicciones, excesos y orgías, amibigüedad de personalidad y muchos demonios más. Si no me creen revisen la biografía promedio de un escritor bueno. Lamentablemente no miento.
Como se ve, es difícil ser escritor; y más en estos tiempos de progreso y modernidad donde es tan difícil escapar a la inexorable omnipresencia de un monitor cualquiera. Que puede fungir como fuente de inspiración pero sólo en dosis moderadas de visión ya que de lo contrario se convierte en depresor de ánimos, distractor por excelencia, fuga de tiempo, aniquilador de ideas brillantes y postergador de eventos.
Sin embargo, con todos estos alicientes al fracaso, me he propuesto resistir y escribir no una sino muchas veces más.
Aunquen no he padecido los males de mis grandes modelos literarios, ni he leído de forma conciente "El Quijote" ni todas las obras de Shakespeare; aunque no haya tomado un curso-taller de creación literaria, aunque no tenga una retórica, gramática, omiléctica, dialéctica, semántica ni hermenéutica apabullante, aunque ni siquiera tenga tiempo para sentarme a escribir. Con todo eso he decidido y seguiré decidiendo escribir. Sólo así he de morir siendo escritor y seré leído después de muerto, como un escritor. Escribiendo. Siempre escribiendo.

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