lunes, 3 de diciembre de 2012

Luz de luna (que dure hasta el alba)

La noche era insegura y cada vez más fría. En lo alto de ese edificio casi totalmente abandonado, la joven pareja se acurrucaba solemnemente disfrutando de su mutua compañía y completo aislamiento del resto del mundo. Bajo sus pies ululaba la vieja y siempre alborotada Tokio, ensimismada en sus múltiples quehaceres y casi cotidianas previsiones; desde allá arriba el miedo, el temor, la desolación, la pobreza el abandono y la desesperanza se oían muy lejanos y se veían muy pequeños y distantes.
Frente a ellos, a lo lejos, se vislumbra el inamovible monte Fuji (Fujisan) y sobre él la incontenible luna de octubre. A pesar de la artificial iluminación que subsiste sobre la cansada y pétrea piel del Fujisan (y que le da una brillantez imposible de inadvertir) la rebosante luna le opaca con sus majestuosos y pálidos rayos que bañan a todo el Japón.
-Definitivamente se ve mejor así el Fujisan- exclama Kiyoaki sin dejar de rodear con su brazo a la núbil Satoko quien sólo le responde con una tímida sonrisa
-De las cosas buenas que dejó el huracán del mes pasado ésta precisamente fue la mejor, sin publicidad pero con los leds rotos aún prendiendo y apagándose de noche sobre sus faldas se ve maravilloso- Satoko sólo suspira y vuelve a sonreír acurrucándose más junto a Kiyoaki.
En ese momento Satoko le escucha pero escucha también a su corazón y a sus sentidos que sin querer compiten con la voz de Kiyoaki -Se ve como un enorme árbol de Navidad- continúa Kiyoaki -Y si la luna se posará exactamente sobre la cumbre sería como la estrella que va hasta arriba- Y Satoko lo escucha pero escucha también el brillo intermitente de las faldas del Fujisan, escucha el calor que no se escapa de sus cuerpos para no morir en el fresco de la noche, escucha el aroma varonil que impregna el kimono de Kiyoaki, escucha también los rayos de la luz de luna cayendo sobre su cutis dotándole de extrema belleza y brillante lozanía a la vez que enmarcaba en pálida gallardía el rostro de su amado, escucha la infortunia de todos los que están allá abajo lamentándose (piensa Satoko) por no estar en ese preciso momento en la cima de la torre Ying Chan contemplando la luna sobre el Fujisan abrazados a Kiyoaki Ayakura; se sentía a la vez tan triste por ellos y a la vez tan feliz al descubrirse poseedora de una felicidad tan única que no podía dejar de sonreir.
Escucha también los recuerdos de su infancia en Nara cuando miraba desde su cama por la ventana a esa misma luna a través de la minúscula cuadrícula del mosquitero eléctrico. Le causaba una gran gracia el saber que la misma compañera de muchas de sus solitarias noches de infancia en casa de su abuelo estaba ahora sobre el Fujisan atisbando morbosamente como una cómplice mejor amiga adolescente y sonreía.
Kiyoaki por el contrario se admiraba del Fujisan, tan ufano, sabedor de que aunque mañana mismo toda la raza humana se extinguiera él seguiría tan alto como siempre, tan fuerte como siempre, su blanca cabellera (aunque cada mes menos extensa) seguiría existiendo, realmente no se inmutaría en lo más mínimo pues sabe que a él le quedarían muchos más siglos de existencia, -Qué decir de la luna- pensaba para sí Kiyoaki, -Aún después de que el Fujisan sucumba ante el prolongado pero inevitable colapso ella seguirá triunfante reinando sobre el cielo- Definitivamente la luna resultaba ser la vencedora en este supuesto duelo de longevidad que la mente de Kiyoaki maquilaba.
Contemplaba con envidia a estos dos pues sabía que su situación como ser humano era tan impredecible como le de cualquier compatriota suyo; la economía tan fluctuante, los descontentos sociales y la naturaleza y el clima que se comportaban cada vez más frecuentemente como el casero que intenta por cualquier medio deshacerse de sus molestos inquilinos. Sabía que a sus 23 años la vida era cosa frágil que casi a diario temblaba timorata como la hoja otoñal mecida por el viento.
Satoko aún en medio de tantas voces podía oír su felicidad, le costaba un poco de trabajo reconocer su raro timbre de voz pero sabía que era ella y estaba seguro que con Kiyoaki a su lado lograría muy pronto identificarla fácilmente.
Kiyoaki albergaba pensamientos terribles pues al ser él varón, líder de la relación y al prodigarle un amor tan sincero a Satoko se preocupaba por ella y por su futuro; sabía de las cada vez más agresivas presiones internacionales, y de la incertidumbre que traía consigo el 2050. Antes no le preocupaba nada, se podría decir que era un nihilista como tantos de hoy que tratan de sacarle el mayor provecho al día de hoy pues no poseen la certeza del mañana pero eso era antes, antes de Satoko; ahora el hecho de estar enamorado le confería preocupaciones y ansiedades jamás previstas. Y de repente estos pesares le asaltaban a tropel y lo llenaban de ansiedad pero debajo de esa ansiedad se podía encontrar el orgullo que Kiyoaki sentía de sí mismo por acojinar dentro de sí un amor tan responsable.
Parece que todos los sentidos de Satoko no son suficientes para consumir toda esta felicidad apacible y nocturna, de repente se le ocurre tener seis, siete u ocho sentidos pues los que tiene no le alcanzan. Es por eso que su entendimiento se embota y sólo percibe que aquí y ahora está en el lugar más hermoso, con el hombre más hermoso, sintiendo el calor más hermoso y bañándose con los rayos de luna más hermosos. Los ojos de Satoko brillan de tanto gozo y parte de él escapa por su boca en forma de cálido y húmedo suspiro.
Kiyoaki siente celos del Fujisan y de la luna pues quisiera tener aunque sea una pizca de su fortaleza, de su incolumidad; ser tan fuerte como la montaña y proteger a su amada; ser tan radiante como la luna para guiarla y alumbrarla, y es entonces cuando le invade el miedo menos malsano de todos, el miedo de no poder cuidar ni proveer a su amada como él quisiera y su pensamiento apesadumbrado le quiere atrapar cuando siente en su mejilla el cálido y suave tacto de los labios de Satoko y escucha el tronido del más dulce de los besos prodigados y Kiyoaki encuentra valor y sabiduría en ese beso.
-El Fujisan es tan fuerte porque jamás podrá enamorarse, su fortaleza radica en su inmovilidad y es por eso que es tan fuerte; la luna es hermosa porque es inalcanzable, nadie jamás llegará a dominarla para sí. Su naturaleza obedece así porque no son seres vivientes capaces de amar o reír. Si el Fujisan se enamorara de la luna sería eternamente infeliz porque no podría hacerla suya nunca y si la Luna fuera seducida por la fortaleza del Fujisan moriría de angustia sabedora de que la distancia es mucha para ser amada. ¡Resulta entonces una grande bendición el ser humano! Resulta una agradable ventaja el ser tan frágil y efímero pues al ser tan ligeros somos capaces de movernos y encontrarnos unos a otros y entregarnos mutuamente-. Kiyoaki hace este gran descubrimiento y ríe sólo. Satoko lo mira feliz y aunque no tiene idea de lo que pasa por su mente no le inquieta saberlo pues mientras su amado esté con ella y sea feliz ¿Qué objeto tiene saber algo más?
Satoko le besa de nuevo y se dio cuenta de que ambos son bendecidos pues cuentan con un medio de comunicación más efectivo que cualquier asistente personal de quinta generación (débiles ante el embate de las tormentas solares). Tenían a la luna que fungiría como una especie de espejo que permite visualizar lo que pasa a nuestros lados sin siquiera mover nada más que la vista. ¡Qué oportuno descubrimiento! ¡Justo la última noche antes de que se separaran (él tenía que hacer un viaje a Shiso y se verían en Kioto días después)! Estuvieran en la latitud que estuvieran ambos podrían mirar a la luna sabiendo que en algún otro lugar de este mundo los ojos del otro podrían posarse sobre el disco de la hermosa doncella plateada y sus ojos, sus vistas, convergerían en un mismo punto en el cielo. ¡Qué maravilloso! Nunca más estarían incomunicados pues ahora la luna sería su invencible mensajera. Quiso comunicarle este gran hallazgo a Kiyoaki y cuando volteó a verlo tomó su rostro con sus delicadas manos y al verlo tan tranquilo recibiendo los rayos de la luna le besó apasionadamente confiando en que sus labios le contarían a los de él su descubrimiento. Era demasiado amor entre aquellos dos jóvenes que la comunicación fluía entre ellos de forma diferente. Era tanto el amor que se anidaba en sus cuerpos tibios unidos al tacto, que el frío insolente trataba de destruirlo con envidia y ellos lo notaban pues en sus rostros (los únicos elementos de su cuerpo que no estaba propiamente abrigados) podían sentir frecuentemente los severos embates de las frías ráfagas de las alturas.
-Quisiera amarte así siempre, bajo la luz de la luna- Atina a decirle sonriente Kiyoaki -Pero el día siempre tiene que llegar- Contestóle Satoko -Pues en tu piel blanca podré encontrar siempre el recuerdo pálido de la luz de la noche. Y aunque el día llegue si despierto y estás a mi lado sabré entonces que la luz de la luna me bendice aún en el alba- Y con una media sonrisa hundió su mano en el brillante cabello de tras su nuca y se acercó hacia ella. Y Kiyoaki y Satoko eran felices. Pero la noche era cada vez más fría...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

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