viernes, 17 de enero de 2014

Su Voz

               La abeja silvestre revolotea incierta de rama en rama, con su vestido de piel y sus alas de gasa, introduciendose en el cáliz de una azucena o poniendo en movimiento, en su errátil vuelo, la campana de algún jacinto. Siéntate más cerca de mí, amiga. Fue aquí, según creo, donde hice aquel voto.
              Juré que dos existencias no serían más que una sola mientras la gaviota amara el mar, mientras el girasol buscara el sol. "Vos y yo -dije- seguiremos unidos por la eternidad". Querida amiga, aquellos días se fueron, se acabaron: el hilo del amor queda ya hilado.
              Levanta los ojos hacia aquellos álamos que se mecen al veraniego aire. Aquí en el valle, jamás brisa alguna desparrama el vello del cardo; pero allá abajo soplan los grandes vientos nacidos en mares poderosos, donde se oyen misteriososo murmullos y donde nuestros espacios son azotados por las olas. 
             Mira hacia arriba, allí donde la blanca gaviota lanza su grito agudo. ¿Qué es lo que ve y que nosotros no vemos? ¿Es una estrella o la luz que centellea en algún barco que navega rumbo a puerto extraño? ¡Ah! Si fuera verdad que pasaríamos nuestras vidas en tierra de ensueño, ¡Cuán triste sería ello!
           Querida, en estos lugares ya nada nos queda decir, expecto que un amor no está perdido nunca. El ápero invierno apuñalaba el seno de mayo, pero sus rosas escarlatas hacen estallar los témpanos. Dos naves sacudidas por la tormenta encuentran abrigo en alguna bahía, y a nosotros nos sucederá lo mismo.
          Por ahora sólo podemos besarnos de nuevo y separarnos. ¡Ah! no existe cosa a la que no pudiéramos enfrentarnos. Me queda la belleza, tú tienes tu arte. ¡Ah! ¡No te detengas! Un solo mundo no basta para dos seres como tú y como yo.
                                                                                                                                                             O.W.


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