martes, 7 de enero de 2014

Harice Munroakami



Pareciera que no hay relación alguna entre una afable y divorciada viejecita de 83 años que vive en Ontario y un obstinado y famoso japonés de 64 años al que le gusta correr. Sin embargo, el año pasado, se confrontaron en la arena de las charlas de café y pláticas polémicas de numerosos lectores de todo el mundo. Quién de los dos (Haruki Murakami o Alice Munro) merecía más el ser inmortalizado con el máximo galardón reconocido en el mundo de las letras fue la cuestión que sirvió como combustible de múltiples batallas verbales. Los defensores del ultrapopular y vendido rockstar japonés de las letras presentaban sus argumentos mientras que los lectores de Alice (que seguro estoy de que eran mucho menos que los de Haruki) celebraban que se le diera un merecido reconocimiento a la “Chéjov canadiense” y por ende a un género tan valioso y a la vez tan subestimado como el cuento.
Yo no había leído a ninguno de los dos así que asumí mi responsabilidad como lector y realicé las gestiones comerciales pertinentes para obtener un ejemplar de cada autor y poder formarme mi propia opinión. Y mi opinión formada es esta: Alice Munro cuenta con mayores méritos literarios y es justo que haya recibido el Nóbel en el 2013. Explico por qué.
Para contextualizar al lector será necesario decir que mi opinión (que pudiera ser juzgada de poco válida por atreverme a comparar a dos autores tras haber leído sólo una obra de cada uno) se formó después de haber leído la colección de relatos llamada “El progreso del amor” por parte de la canadiense y la novela “Sputnik, mi amor” por parte de Murakami.
Comenzando con el vencido; puedo decir que el señor Murakami sabe muy bien lo que hace, escribe muy bien. Me resultó interesantísimo su técnica utilizada en “Sputnik, mi amor” pues se acuñó a la máxima de considerar al párrafo como la unidad primordial del discurso y toda su novela está construida a través de párrafos sólidos (y tal vez perfectos) que explican, explotan y exploran una sola idea y que al leerlos en conjunto van conformando un sólido hilo narrativo como los eslabones conforman una cadena. Además; conoce las técnicas más efectivas para robar la atención del lector desde el principio, mantener el suspenso y la tensión al máximo de manera constante y logra enternecernos a través de figuras retóricas ejecutadas con excelencia y personajes muy bien imaginados.  Debido a esto puedo afirmar que Haruki Murakami es un escritor muy bueno, fácil de leer y maestro en el arte de contar historias.
Sin embargo, Alice Munro no se conforma con escribir bien, es más, me atrevo a pensar que nunca fue su intención.  Por lo que leí en “El progreso del amor” no puedo sino definir a la octogenaria como una verdadera acróbata literaria.  Y es que sus cuentos están plagados de idas y vueltas en el tiempo, de viajes a lo más profundo del subconsciente de los personajes, cambios de ritmo trepidantes e inadvertidos y de finales que siempre dejan una leve dosis de desconcierto al lector, todo esto en un reducido ambiente rural y suburbano, con mujeres de mediana edad, mediana economía y en situaciones de las más comunes y triviales.  Ella ve e imagina un gran y bello caos en la quietud de las pequeñas ciudades canadienses como quien inventa cuentos de hadas en el silencio de los bosques y la inmovilidad de los lagos. Se atreve a perderle un poco de respeto al lector exigiendo mayor atención y compromiso y creo que esta irreverencia atrae y seduce. Así debieron haber sido seducidos en Suecia.
Habiendo expuesto mis percepciones sobre la obra y carácter literario de ambos manifiesto mi conformidad en premiar y preferir a la diferente, a la atrevida sobre al bueno o la estrella.  Celebro también la decisión de no tomar en cuenta variables como la edad, el prestigio, los premios y reconocimientos, cuestiones que nada tienen que ver con la literatura y mejor escuchar lo que dicen las letras de sus autores y con base en eso hacer la distinción, que siendo del calibre que es los que toman la decisión deben de estar conscientes de la responsabilidad que implica decidir quién es Nóbel y quién no. Al menos en el 2013 considero que la decisión fue afortunada y que Alice Munro merece más la medalla y los millones, al menos por ahora.

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