sábado, 4 de octubre de 2014

El triunfo de la mironcita

Tal vez algún día la ciencia sea capaz de confirmar aquello que todos sabemos pero no podemos comprobar aún: el poder de las miradas. Todos en algún momento hemos “sentido” una mirada acuciante penetrar nuestra nuca. Pero eso es imposible, las miradas no se “sienten”, irónicamente las miradas sólo se pueden mirar, las miradas no se pueden oler, saborear o escuchar, el único método real para descubrir una mirada es a través de otra mirada.
Fíjate que no te conté lo que me pasó el otro día.
Me invitaron a dar una conferencia en una escuela. Lejos, como a seis horas de aquí. Citaron a un grupo de empresarios de todo el estado a las nueve de la mañana. Me imagino que ellos como yo tenían sueño. Aún no lográbamos desperezarnos del todo y rogábamos en silencio por café.
Eran las nueve y el evento aún no comenzaba, como suele suceder en estos eventos. Todo mundo estaba de pie haciendo barullo. Sí, había gente joven, no te voy a decir que no; sin embargo, no había muchas mujeres y las que había poseían una belleza que sinceramente ha quedado en el olvido. Tú sabes que no me fijo mucho en eso pero como todo en la vida, cuando hay belleza presente el ambiente cambia, es  diferente. Cuando la belleza está presente todo es siempre mejor.
Y así, mientras mis ojos surcaban un mar de conversaciones improvisadas, de apretones de mano e intercambios de tarjetas la encontré; la vi viéndome.
No muy alta, zapatillas, jeans, una elegante pero juvenil blusa color melón o salmón y unos simpáticos arreboles que le daban a sus mejillas un viso encantador. Pero lo más destacado eran esos bellos ojos negros inmersos en mares ovales de blancura contundente, enmarcados por unos coquetos lentes de armazón blanco. Esos eran los ojos que había encontrado mirándome. No era una mirada ordinaria, que me topé por coincidencia, pues pude atisbar en cada uno de esos ojos tiernos el tenue destello que sólo la admiración puede provocar. Tal vez haya sido el saco, sabes? Llevaba el azul, ese con el cuello raro que a ti también te gusta mucho.
En ese momento llegó el café y afortunadamente yo estaba cerca de la mesa y fui de los primeros en recibir su ración de despertante. Agradecí al cielo por el café veracruzano y la belleza única que acababan de hacer acto de presencia en la sala.
Al fin inició el evento. El acento extranjero del primer exponente fue un obstáculo para el cual, en muchos casos, el café no fue suficiente para superarlo. Cuando terminó su ponencia fue listo y nos dio un break. Oportunidad que aprovechamos todos para recargar nuestra dosis de cafeína y lograr así mantener nuestros ojos abiertos y bocas cerradas por un par de horas más.
Cuando salí de mi lugar y miré hacia atrás mis ojos vislumbraron de inmediato aquellos delicados ojos que pertenecían a la destacada señorita que de nuevo me miraba furtivamente.
Por fin el turno fue mío. Yo, a diferencia de los otros ponentes utilicé videos con monitos. Fue un éxito! Los monitos nunca fallan. He de decir que cuando estaba al frente y recibía multitud de miradas dirigidas hacia mí jamás vi los ojos más distinguidos de todo el lugar. Supongo que eso me ayudo a concentrarme y hacer de mi disertación todo un éxito.  Después de los aplausos salí del salón hacia el baño. Cuando regresé y entraba al salón su mirada me interceptó, audaz, rauda y determinante. Fue menos de un segundo pero es que tanto encanto no requiere mucho tiempo para lograr un impacto. Ese tercer vistazo confirmó que todas las miradas anteriores fueron más que intencionales. Fue cuando decidí nombrarla la mironcita (casi mi mironcita).
Llegó la hora de comer. Nos dirigimos al área de comida de la escuela  pero, sin percatarme, mis ojos, en vez de observar cuál era la fila más corta o los menús más apetitosos, escaneaban el lugar buscando al par de ojos más brillantes de todos. Fue en vano, jamás los encontré.
Mientras comía estaba pensando jugarle una broma a la mironcita. Me acercaría sin que me viera llegar, le haría plática, la haría sonreír, le diría algún cumplido, haría que el rojo de sus mejillas se encendiera más, la pondría nerviosa. Sí! Todas esas miradas  me conferían una ventaja muy abultada, tenía todo a mi favor y no dudaría en usarlo a mi conveniencia.
Al fin la encontré en el área de stands. La vi, conversaba con un hombre mucho mayor que ambos. El escenario estaba listo, en cuanto terminara de hablar con él me acercaría, la saludaría, me presentaría, le diría que me había dado cuenta de que tiene unos ojos muy bonitos pues era imposible no darse cuenta cuando los había descubierto mirándome tantas veces en la mañana, ella inclinaría su rostro, se reiría nerviosamente y habría así consumado mi conquista.
El intruso tardó más de una hora robándose conversaciones que por derecho me pertenecían.  Di innumerables vueltas por el recinto, hablé con diversas personalidades, recorrí los jardines, asistí a media conferencia y aún así él no la dejaba en paz. Visité el sanitario y cuando salí por fin estaba sola. Era el momento preciso para coronarse y reclamar la victoria.
Me dirigí hacia ella pero por alguna extraña razón pasé de largo. Estaba ya al otro extremo del pasillo y dije ¡qué rayos! Me regresé y volví a hacer lo mismo, ahora estaba de nuevo en el mismo lado del pasillo. No era posible. No podía estar nervioso. No había razón para estarlo. Había logrado abordar a señoritas con una belleza más impresionante y no había tenido este tipo de complicaciones. Qué rayos me pasaba? La veía desde lejos y seguía sola; sabía que cada segundo que pasaba era una amenaza para que otro intruso terminara con la soledad que yo requería. Fue entonces cuando descubrí cuál era mi problema, no tenía un plan totalmente articulado. Las veces anteriores con las bellezas más prominentes aparecía siempre con un guion cuidadosamente elaborado, palabra por palabra, previendo multitud de situaciones para eliminar riesgos de no saber qué decir y evitar los silencios incómodos.
Escogí el arsenal de palabras adecuado, me abotoné el saco y me dirigí decidido.
Fracasé de nuevo. Y lo peor era que la situación se estaba saliendo de control. Sentía mi ritmo cardiaco acelerado, respiraba con profundidad y lo peor, sentía un indescriptible cosquilleo interno a lo largo de mi brazo derecho. Conocía esa sensación. En muy puntuales y escasas situaciones se había presentado esa sensación y mi memoria me indicaba que eran señales inequívocas de que había sido vencido, derrotado por femininas y memorables bellezas.
No lo podía aceptar. Yo pensaba que era yo quien la atraía, que mi imagen la había seducido, que esas miradas eran una señal de mi triunfo. Descubrí la terrible verdad: todas y cada una de esas miradas habían sido una trampa. Y había caído en cada una de ellas. Lo había logrado, me había capturado, me había vencido y eso era algo que yo y mi orgullo no podíamos tolerar. No me podía ganar, no podía perder, no de esa forma, noo con tan poco; pero ese estúpido cosquilleo no se iba, temía que invadiera mi habla y me hiciera tartamudear o articular mal las palabras. Y sí conseguía su correo electrónico? O su número telefónico a través de un amigo? Después de todo; escribo mejor que lo que hablo, así más tranquilo podría ejecutar mi plan aunque sea a distancia. No! Eso era una forma de disfrazar mi derrota. No podía irme de ese lugar sin hablar directa y personalmente con ella, mis convicciones más personales me obligaban a hacerlo. No podía no hacerlo. Así que me di un golpe en el pecho, desactivé parte de mi razonamiento, templé la mirada y me lancé hacia ella.
                --Hola. Cómo estás? Me llamo X. Muchísimo gusto. Me permites regalarte una tarjeta?
                --Hola. Muchas gracias, qué amable- Dijo ella con una voz tan agradable como su mirada
                --No tienes tú una tarjeta. Donde venga tu teléfono...- Le dije disfrazando el intercambio de números como un intercambio comercial. 
                --No, tarjeta no tengo pero puedes tomar un folleto ahí vienen los teléfonos de la oficina
Mi fracaso estaba consumado.
                --Ah ok muy bien. Y aquí en el folleto viene toda la información de la empresa, verdad?-Qué más le podía decir?
                --Así es o si gustas puedo mandarte la información por correo
Decidí que su correo electrónico sería un buen premio de consolación
                --Sí claro. Te lo agradecería mucho
                --Muy bien- sacó una libreta y una pluma- cuál es tu correo?
                --Eh..en la tarjeta que te acabo de dar (y que estuviste mirando) viene mi correo-- Le dije extrañado por la descuidada pregunta.
                --Oh...es verdad claro- Dijo riendo nerviosamente
                --Perfecto pues espero tu correo. Mucho gusto...María A.?- Dije mirando su gafete. Ella sonrió y dijo:
                --Sí, así es mucho gusto.
Nos dimos la mano y me fui de ahí.

Qué rayos había sido eso? Definitivamente había sido derrotado, dos veces. Mi orgullo había sido herido pero sobre todo mi corazón estaba insatisfecho. Quería volver corriendo  y decirle “me puedes dar tu teléfono, no el de la empresa, el tuyo” y cuando ella me preguntara “para qué?” yo le diría “porque me gustas y quisiera invitarte a salir” Vaya tontería sin sentido. Todo profesionalismo quedaría relegado a cuarto plano, no sé qué impresión tendría de mí si percibía la ansiedad que ella me había originado. En la mañana sentía que era el rey de las miradas y ahora era sólo un tipo ridículo con un saco azul que no había podido hacer un contacto decente.
Ahora la recuerdo constantemente,   he sido vencido, he sido capturado, reviso mi bandeja de correo a cada momento, no eres la única  a la que le he contado esto, me distrae, no me deja tranquilo y cuando pienso en ella hasta parece que siento de nuevo ese cosquilleo.  Creo que si sigo así, muy pronto podré hacer mía la realidad que llevó a aquel poeta a escribir:
 Has cautivado mi corazón,
    tesoro mío, amada mía.
Lo tienes como rehén con una sola mirada de tus ojos.




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